🔸 En el 2023 más de 90 millones de personas contaban con un ‘smartphone’; 70% de ellas lo utilizaban para acceder a la mensajería instantánea.

#VIRAL | Acuñado en 2008, el término “nomofobia” proveniente del anglicismo no mobile phone phobia (fobia a no tener el celular) define al miedo irracional por no tener acceso al móvil.

Esta conducta es una de las consecuencias del uso continuo e inadecuado de los smartphones. Pero ante el incremento de personas usuarias de teléfonos celulares y con acceso a internet, esta dependencia ha llegado a normalizarse en espacios como el hogar, las escuelas (de todos los niveles educativos) o los espacios de trabajo.

“Cada vez es más frecuente mirar a personas que tienen hasta dos dispositivos o que van aumentando el número de gigas para asegurarse que siempre van a tener datos para estar permanentemente en contacto o cuando llegan a un lugar, lo que buscan inmediatamente es la red Wi-Fi para estar en conectividad”, declaró el doctor Emiliano Villavicencio Trejo.

En 2023, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que el 91.3% de las personas usuarias de smartphones los utilizaron para acceder a aplicaciones de mensajería instantánea, mientras 78.3% a redes sociales y otro 77.7% a contenidos de audio y video.

Esta tríada tiene el común denominador de la inmediatez. En el primer caso, por ejemplo, apps como WhatsApp o Messenger garantizan una comunicación casi inmediata, toda vez que ambas partes estén conectadas. En tanto, Facebook, Tik Tok, Twitter, Instagram o YouTube han pasado de ser sólo para socializar, a ser espacios donde la gente busca información rápida, actualizada y, de vez en cuando, veraz.

Claro está que son innegables las bondades de estos avances tecnológicos para unir a las personas o visibilizar asuntos del interés común. Entonces, ¿en qué momento esta bondad se transformó en preocupación? Según Villavicencio, cuando la inmediatez se incorporó a lo cotidiano y se asumió como algo natural de nuestro día a día. Especialmente, con el auge de los teléfonos inteligentes.

A diferencia de un dispositivo tradicional, los smartphones se caracterizan por conjuntar las funciones de un teléfono con las de un asistente digital personal. O sea, ya no sólo funciona como una herramienta de comunicación, también para acceder al internet, editar fotografías, organizar nuestras agendas, hacer cálculos, entre otras tareas.

Pero tener estas funciones en un sólo artefacto implica desplazar algunas habilidades cognitivas y “vitales del ser humano”, tales como la jerarquización, las tomas de decisiones o la postergación. De ahí que al no ponerse en práctica o no recuperar estas funciones “perdidas”, es más fácil generar una dependencia a los smartphones.

“Algunos procesos que antes llevábamos a cabo de manera independiente o autónoma por ejemplo, una simple suma o si teníamos que hacer una llamada, las postergábamos porque no teníamos el celular a la mano lo hemos trasladado a la inmediatez que nos ofrece el celular y, por lo tanto, hemos incorporado nuestra vida cotidiana al tema de la inmediatez“, explicó Villavicencio.

En la era de la tecnología resulta incongruente y poco efectivo prohibir el uso del teléfono celular, pero utilizarlo desmesuradamente sí puede orillar a afectaciones emocionales. De acuerdo con Emiliano Villavicencio, algunas de ellas son:

Las relaciones sociales: Plataformas como Facebook e Instagram han digitalizado nuestros vínculos con amigos, amigas y familiares, así como las habilidades de interactuar con personas nuevas.

Esto, el especialista señala, repercute en la capacidad de mantener un proceso de comunicación “física y real”, el cual implica desde escuchar, entablar una conversación o mirar a los ojos a la otra persona.

“Las interacciones sociales que verdaderamente nos dejan algo en el corazón no son las que construimos en una pantalla, es la que se construye persona a persona El riesgo que estamos corriendo al apostar nuestros vínculos sociales a lo digital es justamente cada vez más superficiales y hasta no auténticas”, consideró el especialista.

Aislamiento social: Establecer relaciones en las redes sociales puede derivar en un aislamiento no sólo de otras personas, también de actividades que traen consigo las relaciones cara a cara, tales como visitar lugares públicos, pasar una noche de fiesta en el centro de la ciudad o descubrir hobbies que, quizá, no sabíamos que teníamos.

Ansiedad por el ‘FOMO’ : El término de FOMO Fear of Missing Out (“Miedo de perderse algo” por su traducción al inglés) ha ganado popularidad, a tal punto que se ha implementado en el vocabulario de usuarios de plataformas como Tik Tok o Instagram.

Dicho acrónimo se refiere al fuerte deseo de ‘estar al tanto’ de lo que otras personas, especialmente entre las amistades, hacen, comparten o saben. Y ante un mundo donde la información nunca para de fluir, el FOMO puede derivar en inquietud, estrés y frustración, así como en ansiedad “por no tener el dispositivo al alcance a la mano o extraviarlo”.

“Cada vez hay más ansiedad por no consultar las redes sociales y cuando no podemos acceder a ello, a propósito de la inmediatez, es cuando puede devenir la ansiedad”, puntualizó Villavicencio.

La normalización del empleo excesivo de los teléfonos celulares complica la identificación y prevención oportuna de una posible nomofobia. Y aún si se detecta, el proceso para moderarlo puede resultar complejo. Sin embargo, nada es imposible y hasta las pequeñas acciones cuentan.

Al respecto, estudios consideran como un primer método el autocontrol: reducir el uso del aparato y limitar el tiempo frente a la pantalla. También se recomienda aplicar ejercicios de reducción del estrés, una retirada gradual del dispositivo, técnicas de relajación y, si se considera, acudir a terapias cognitivos-conductuales.

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