De todos los equipos clasificados para los cuartos de final de la Champions League que se disputaron en Lisboa había uno que partía como favorito para ganar la competición: El Atlético de Madrid.
En la capital de Portugal, elegida como sede para disputar la fase final, el Atlético de Madrid se instaló en su hotel de concentración consciente de que todas las miradas estaban puestas en su equipo y en sus opciones de alzarse con una edición diferente, atípica, en la que las eliminatorias fueron a partido único y en la que, obviamente, no hubo aficionados en las gradas. Fue la mejor solución que pudo encontrar la UEFA para que la temporada 2019/2020 no dejase a Europa sin un campeón coronado.
Los ocho mejores equipos de Europa y que por tanto aspiraban a esa corona fueron: el Atlético de Madrid, que se enfrentó y sucumbió ante Red Bull Leipzig; el Paris Saint Germain, cruzado con el Atalanta italiano, el Bayern de Múnich, que vapuleó al Barcelona para hacerse con un puesto en semifinales; y el Olympique de Lyon, que dio la sorpresa eliminando al Manchester City. Entre todos esos equipos no aparecían ni el Real Madrid ni el Liverpool, los dos últimos campeones. Sin ellos, el mundo del fútbol coincidía en que esta era la Champions League del Atlético de Madrid.
Primero, porque el Liverpool era, en principio, el mejor equipo de la competición. Un conjunto que ha dominado la Premier League con mano de hierro y que ganó la edición de Champions 2018/2019 con sobrada solvencia, maravillando al planeta fútbol. Parecía que podían repetir título, pero entonces llegó el Atlético de Madrid para eliminar al cuadro de Klopp nada menos que en su propia casa, Anfield. Segundo, porque en los últimos años la bestia negra del Atleti en Champions League ha sido el Real Madrid, que le ganó la final de Lisboa en la prórroga y la de Milán en los penaltis.
Los de Simeone llegaban en plena forma física, pero no lo demostraron ante el Leipzig
Había más razones por las que se pensaba que esta podía ser la Champions League de los de Diego Simeone. Una de ellas era que, a partido único, los rojiblancos son siempre un hueso duro de roer. Es difícil penetrar en su defensa, por lo que meterles un gol también se antojaba complicado en solo 90 minutos. Eso aumentaba las posibilidades del Atleti. Al final, el Leipzig no consiguió solo meter un gol, sino que fue capaz de anotarle dos.
Otra razón era el estado físico. A agosto, y a pesar de que las competiciones pararon, los equipos llevaban ya un año de competición, y eso pesa. El Atleti, sin embargo, había dado muestras de que estaba en pleno estado de forma, algo de lo que no (parecía) que podían presumir todos los equipos. Esas sensaciones en cuanto al físico no se confirmaron en el choque ante los alemanes, en el que los atléticos fueron un juguete roto, perdiendo duelos individuales, fallando en la presión colectiva y demostrando poca tensión competitiva.
En general, en las promociones de baloncesto, fútbol y otros deportes se suele destacar a los favoritos a alzarse con uno u otro título. A veces, esos pronósticos se cumplen. Otras, no. El caso es que el Atlético aparecía este año entre los máximos candidatos a hacerse con esta edición de la Champions League. Motivos había para ello y de ahí que se le hubiese colocado la etiqueta de posible campeón a los colchoneros. Al final, los madrileños no han hecho más que sumar otra decepción en lo que respecta a su participación en el torneo futbolístico más importante del planeta a nivel de clubes. Otro fracaso para el Cholo Simeone. Otra vez en la que pudo ser. Y no fue.